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Concierto

UN “TOQUE” DE SUTIL CALLE.

Crónica por: Toni Cerón â€‹

 

Es fácil que en Bogotá haya eventos tan sobrenaturales como casuales que casi no nos damos cuenta de que alguna vez existieron. Del lluvioso día a la asoleada noche, de las agobiantes y sobreexplotadas avenidas a lúgubres calles enlutadas por las luces distantes, o en esta ocasión, de la ya acogida música de los motores a la desaprobada escena rockera encontrada en pequeñas calles del alguna vez exclusivo Teusaquillo, las calles bogotanas son más de lo que se atreven a mostrar.

Probablemente eso fue lo que pasó por la cabeza de mi amigo Pablo Cortés, un adolescente que se dirigía a su primer “toque” de rock y punk clandestino conformado por una generación definida en mejores palabras como neo-bohemios (en la jerga coloquial, simplemente conocidos como “alternos”). Los nervios le inundaban en una combinación de emoción y al mismo tiempo ansiedad del miedo al exilio; claro, Pablo es un adolescente inspirado en los tristes versos de Radiohead.

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Ese día se llevó a cabo la segunda edición de la feria “Ruido”, en una pequeña casa del barrio San Felipe. El lugar donde aconteció tal escurridizo concierto se podía describir mejor como una lata de sardinas. En la feria, emprendimientos y bandas en alza se reunieron en una muestra de música, moda y artesanías de pintorescas cualidades llamativas para curiosos fans del arte.

Aunque solo fueran cuatro cuadras desde la estación de la calle 76 al lugar, cada cuadra que pasaba Pablo la sentía más y más oscura y recóndita, ajena a la sociedad convencional. Al llegar, esa casa de tres niveles daba vida a la calle con sus traslúcidos ojos, al parecer era un evento bastante popular entre la destacable concurrencia que se enteró del evento. No era sólo un concierto, había una orgía de colores en creaciones artísticas que también causaban el desbordamiento espiritual de aquella edificación. Definitivamente existían los océanos de gente, no sólo gente común sino personas con tal estilo y auras que asemejaban personajes sacados de novelas gráficas y maniquís de diseño de modas.

En realidad, al llegar la música no cabían un par de ojos más; gente colgándose de las barandas al punto de que solo se observaban pies levitando sobre los músicos y una primera planta sobrepoblada daban a entender que era bastante llamativo a la divagante y emocionalmente desesperada juventud bogotana. Gritos, distorsión, acelerados ritmos y chirridos en cuerdas; vehículos de sentimientos acumulados que la gris e industrial capital asfixia, por fin son liberados en congregación de baile y cabellos largos

  • “El primer toque es toda una experiencia” -le dije a Pablo, recién acabada la música.

  • “Lo único paila fue que quedé en medio del pogo y se me dañó un poster que compré.” – me dijo- “Yo estaba re tranquilo y empieza y mi amiga estaba al lado. ¡Entonces cambiamos de lado y quedé en la mitad de todo! Qué miedo sentí porque había gente mandando codazos.” (sic.)

Pablo recibió muchos golpes y empujones ese día, pues estaba en medio del eufórico y sudoroso público. Sintió que nunca había vivido música de una forma tan intensa y física, pero a la vez tan encantadora que no seguro no le molestaría volver a pasar por ello.

Ese día se reunieron varias bandas emergentes con inusuales nombres, como Kidchen, Ortiga, Nozomi y Los Dinosaurios Murieron Ayer, acobijadas bajo el género musical emo, una amalgama de rock dosmilero y punk poderoso. Aquellos aparentemente conocidos conjuntos musicales presentaron tenues riffs de guitarra y melancólicas letras que provocaron un enérgico desorden entre el público. En medio de drásticos movimientos de cuello, patadas y golpes volando al azar entre la primera planta, los espectadores se hallaron anonadados con las hipnotizantes bandas que se presentaban como una alucinación musical ante ellos.

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En el momento que Kidchen, una de las más populares del evento, empezó a tocar, Pablo Cortés se encontró de frente a Pablo Pinzón. Él, por el contrario, es un músico veterano en “toques” de emo y guitarrita de la previamente mencionada Kidchen, al que le suelen decir Pablito. Pablito considera que esta recóndita comunidad existe en una comunicación ida y vuelta surgida del sentimiento encontrado en aquellas agresivas notas, como gritos de auxilio y desesperación, que guitarras, bajos y percusión expresan en una distorsionada manera. El contacto de Pablito con su público contrasta fuertemente con un concierto a grande escala y de proporcional presupuesto. Hay una interacción íntima entre sus canciones, sus mensajes y el público que busca alivio emocional en ellas: banda y asistentes disfrutaron en cercanía de esa conexión que va más allá de lo textual. Él relata que siente satisfacción con la simple esperanza de que sus composiciones sean verdaderamente recibidas. La resonancia de los “temas” que Pablito toca a su público simplemente le inspiran belleza, probablemente la misma contagiosa definición de belleza que surge al ir a lugares como este.

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Tal vez esa poco convencional belleza se encuentra en el incógnito del no saber que este evento alguna vez existió en esa escondida casa, así como todos los anteriores toques que le precedieron. Esta subcultura musical sigue rodeada de incertidumbre y misterio. ¿Debería ser abierta a disfrutar por las grandes masas? O tal vez su encanto se encuentra en que esta no se pueda encontrar. De igual forma, aquellas sensaciones vividas por Pablo en su primer “toque” vivirán efímeras a la memoria colectiva de la ciudad, al igual que las cientos y cientos de notas tocadas esa noche.

© 2023 por Team conciertos Colombia. 

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